Articulo publicado en LA VANGUARDIA (DINERO) el pasado18/09/2011 llamado Contenedores de continentes
Este sistema de transporte de mercancías revolucionó el sector al ser más barato, rápido y seguro y transformó los puertos en las grandes infraestructuras actuales.
John William Wilkinson
Aquellos libros ilustrados tan bonitos que hacen -"hacían las delicias de los niños, con títulos tipo Grandes inventos, nunca recogen uno de los inventos más trascendentales. Y se trata precisamente del que, entre otras proezas, ha desempeñado un papel tan relevante en la globalización que tanto ha transformado a lo largo del último medio siglo el mundo entero. Tamaña omisión tal vez tenga su explicación en el hecho de que se trate de un objeto tan anodino como humilde: el contenedor de mercancías. Para hacerse una idea de la importancia de este armatoste, sólo hay que contemplar la extraordinaria transformación que ha experimentado el puerto de Barcelona. Se suele considerar que los Juegos Olímpicos fueron la causa primera, mas sin el advenimiento de los contenedores es harto probable que hoy en día el mar siguiera siendo para los barceloneses esa extraña superficie azul (en el mejor de los casos) que se escondía detrás de los viejos tinglados. Lo mismo se puede decir de Hong Kong, Nueva York, Londres y demás grandes puertos.
Malcom P. McLean (19132001), el impulsor del contenedor tal como lo conocemos, era el típico triunfador norteamericano hecho a sí mismo. La Segunda Guerra Mundial le brindó la oportunidad de amasar una considerable fortuna al frente de una compañía de transporte por carretera. Se caracterizaba por su entrega al trabajo; su olfato para los negocios y su disposición de correr riesgos no conocían límites.
Después de la guerra, viendo cómo la nueva prosperidad atascaba las carreteras con una plétora de rutilantes automóviles, a McLean se le ocurrió que la mejor manera de ahorra tiempo y dinero consistía en enviar sus camiones por mar. Aunque parezca mentira, allá por 1956 se consideraba el proyecto nada menos que un disparate. Tuvo éxito a medias. La verdadera revolución se produjo poco después, a partir de la contratación del brillante ingeniero Keith Tantlinger (murió a los 92 años a principios de este mes), quien, tras establecer la forma y las medidas estándar definitivas del contenedor, amén de introducir un ingenioso sistema de encaje, diseñó las grúas que permiten transportarlos indistintamente en barco, camión o tren. Su homologación internacional significó el fin del complejo y conflictivo mundo de los muelles que Elia Kazan retrató con maestría en La ley del silencio (1954). La fisonomía de las principales ciudades portuarias estaba condenada a cambiar para siempre. Muchas iniciaron un doloroso declive, mientras observaban desde los tinglados abandonados cómo las mercancías que tanta riqueza les habían aportado, ahora pasaban de largo. Miles de personas se quedaron sin trabajo; por otro lado, los escoceses podían por fin exportar su whisky sin que desapareciera por el camino la mitad del cargamento.
Fue McLean con sus contenedores quien resolvió los problemas logísticos del ejército durante la guerra de Vietnam. De hecho, se podría decir que fue él quien se apoderó de esta actividad tan estrechamente relacionada con lo militar. Ahora bien, tras descargar en los puertos de Saigón y Da Nang material de todo tipo, los barcos de Sea-Land, su empresa, recalaban en Japón, para después volver a casa con los contenedores repletos de maravillas manufacturadas por la economía más dinámica de la época. Menudo negocio. Dado que el sistema de transporte de mercancías de McLean era más barato, rápido y seguro que cualquier otro, a nadie se le ocurrió oponerse a él. Pero aún había margen de mejora. Los barcos se volvieron más grandes y veloces; los puertos no paraban de crecer en tamaño y eficacia. Por supuesto que hubo por el camino algún que otro revés, empezando por la crisis del petróleo de 1973, pero nada que la informatización del sistema no pudiera compensar con creces un decenio más tarde. Y ahora, una vez más, una crisis vuelve a causar estragos en el sector del transporte marítimo. Hoy en día, hay cargueros gigantes que pueden transportar hasta 10.000 contenedores. Las nuevas terminales son de dimensiones realmente descomunales y, cómo no, las mayores se hallan en China, ya que el milagro económico del coloso asiático se obró a base de inundar el mundo con miríadas de baratijas transportadas en esas cajas metálicas. Por otra parte, si los fabricantes del primer mundo no hubiesen contado con ellas, tampoco se habría producido el outsourcing de los últimos tiempos.
Queda por resolver un enigma: ¿sabe alguien qué diantre va dentro de cada contenedor? Por increíble e inquietante que pueda parecer en estos tiempos de terrorismo y tráfico ilegal de drogas, armas yseres humanos -hay contenedores climatizados-, la respuesta es que no. Pasan por toda clase de detectores y escáneres, pero aun así, según un reportaje publicado en New York Times, sólo se verifica de veras el contenido de un 5,6% de todos los millones de contenedores que entran en Estados Unidos. En España, la cifra a duras penas rebasa un exiguo 4%. El invento de McLean y Tantlinger precisa en la actualidad de operarios altamente cualificados, y el mejor centro para formarse se halla nada menos que a la orilla de un lago suizo, donde los futuros capitanes de megaportacontenedores surcan olas artificiales con teledirigidos buques a escala tripulados por diminutos muñequitos. Con juguetes así, es poco probable que les interese un libro ilustrado de Grandes inventos. Paradojas de la globalización.
El 22 de enero del 2007, el carguero Napoli quedó encallado en el canal de la Mancha. Medio centenar de contenedores fueron arrastrados por el mar hasta la costa del condado de Devon. Qué contenían Ediciones de la Biblia en lenguas extranjeras, pañales, perfumes, neumáticos, recambios de automóvil, barriles de vino y de cerveza, y un montón de motos BMW de gran cilindrada. Hubo pillaje. Hay fotos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario